viernes, 3 de julio de 2009

La cuadra de la locura

Querida abuela:

No sé si te habrás enterado… Hace tres días, cuando regresé de la facultad, encendí el televisor y observé lo cercano de mi cotidianidad, de mi barrio, plasmado en esas imágenes múltiples y movibles que eran transmitidas para todo el país. Pero había una diferencia, en esas cuadras que yo comúnmente transito, que quedan a pocas de mi casa, había algo particular: no solo por ser enfocadas por el gran ojo acristalado, sino porque había policías por toda la cuadra buscando huellas, peatones detenidos en su caminar con los ojos absortos buscando explicaciones, y en suelo, frente al Banco Frances de la avenida Cabildo, el color rojo derramado, mezclado con fragmentos de vidrios rotos, buscando… quién sabe, qué quería la locura. Los vecinos cuando se enteraron, se acercaron al lugar, de pronto los pocos que miraban eran cientos que reclamaban furiosos, como queriendo buscar venganza a través de sus pedidos de justicia y seguridad.
Hoy pasé por ese mismo lugar, la verdad es que sentía miedo que me pasara lo mismo, pero quería observar y caminar por donde ese pobre inocente caminó y dio sus últimos pasos. Allí, en frente de aquel banco todavía estaba presente la tristeza y el dolor: unas velas blancas, apagadas, y unas rosas rojas tiradas eran como la presencia de su joven alma, robada, y su sangre injustamente derramada.
Querida abuela, muchas veces me pregunté como tu vida no entendió nunca vivir en otro lugar que no sea el campo, ahora te entiendo… luego de ver y transitar con temor por de la cuadra de la locura.

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